Con las elecciones generales a la vuelta de la esquina comparto una reflexión.

Esta vez no quiero hablar sobre finanzas personales o bancos, sino sobre algo más trascendental: nuestra prosperidad económica como sociedad.

Es un hecho que la mayor parte de personas votamos sin tener presente el estado de las cuentas públicas. No existe una preocupación por este asunto (ni interesa que haya). Esto pasa porque pensamos que es algo ajeno a nuestra economía particular y no nos repercute.

Los políticos lo saben. Y usan esta falta de conciencia como eje central para construir su discurso persuasivo.

La mayoría de mensajes que he escuchado en campaña suenan complacientes con todos los extractos de la sociedad, todos prometen ayudas y derechos a todo el mundo. Pero olvidan mencionar que esas promesas son caramelos envenenados: Saben muy bien cuando se toman, pero acaban con tu vida en el medio plazo.

Es por eso que voy a entrecomillar a partir de ahora la palabra «ayudas».

Dar «ayudas» masivamente implica un aumento del gasto público, y ese aumento del gasto público proviene de un aumento de impuestos al sector privado. Esto reduce el margen de beneficio de las empresas, haciéndolas menos competitivas frente al resto del mundo.

Primero ¿tiene esto sentido en un mundo globalizado?. Y segundo, si una empresa gana menos ¿cómo va a ampliar personal creando así empleo?

Las subidas del Salario Mínimo Interprofesional son otro caramelo envenenado. A priori ¿Qué clase de persona no querría que la gente tenga un mayor salario?

Ahora bien ¿Puede una empresa que ahora gana menos subir el salario de sus empleados menos productivos? El resultado no sólo es que no contratará, sino que acabará por despedir a aquellos empleados que no puedan aportar, como mínimo. lo mismo que cuestan.

Aumentando los impuestos y subiendo el SMI se destruye empleo y se acaba condenando a las personas a recibir más «ayudas».

Con las intenciones de parecer María Teresa de Calcuta acabas convirtiéndote en una máquina de crear pobres absolutamente dependientes del Estado. Esto es exactamente lo que buscan muchos partidos, crear personas dependientes de esas «ayudas» del Estado para garantizar su voto eternamente. ¿Quién no votaría a alguien que le promete una paga por su mera condición?

Dado que actualmente los ingresos procedentes de los impuestos no son suficientes (29.982 millones de déficit) los Gobiernos se ven obligados a endeudarse para pagar toda esta demagogia que han creado. Deuda que de nuevo sale de tu bolsillo y que pagarás con más impuestos tú, tus hijos y tus nietos. Actualmente cada ciudadano ya debe 25.102 €.

Si extrapolamos estas cifras a una economía familiar sería algo así como tener una hipoteca cuyo saldo vivo pendiente equivale a todo lo que ingresa la familia en un año (deuda actual 97,10% sobre PIB). Que además, como los salarios no dan para pagar la letra hipotecaria, los viajes de placer y las comidas fuera de casa, se decide tirar de tarjetas de crédito para continuar «palante.

En serio, ¿qué puede salir mal? ¿Es esto lo que queremos como sociedad?

Así es como se destruye la economía de un país. En base a palabras bonitas, pero vacías, y con un trasfondo perverso que la mayoría de población ignora hasta que un día todo cambia. Y la resaca de la fiesta es muy dura. Ejemplos como Grecia lo confirman.

Un Estado de Bienestar eficiente y que ayude a personas que verdaderamente lo necesitan (porque las hay) debe estar al servicio del ciudadano y de las empresas. No hay Estado de Bienestar sin un tejido empresarial fuerte y una ciudadanía libre.

¿Queremos un Estado de Bienestar o el Bienestar del Estado para las próxima legislaturas?

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